J.D.Salinger

¿Sabes lo que me gustaría ser? ¿Sabes lo que me gustaría ser de verdad si pudiera elegir? (...) Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura.

Helmut Newton

Helmut Newton

domingo, 8 de julio de 2012

Vanessa Tiegs

La ciudad tiene islas de asfalto que nadie pisa, islas metálicas con rejas y cercados donde se agrupan las palomas y la lluvia ácida de sus cagadas. Casi la mitad de la ciudad no sirve para nada. Las palomas tienen su terreno en los despojos del asfalto. Bailan los mediodías con tangos de cuello irisado, de cuello abstracto, de plumajes florecidos, de campos de violetas arrasados por el moho. Cuando la noche se echa encima se marchan a cagar a otra parte, a comer grano, a picotear los sueños de los leprosos.

Hay toda una ciudad escondida en el cerebro de la paloma, que lo imagino arrugado por el sol del verano, con una especie de caldo de pasas en la barrica del cráneo. Nadie sabe nada sobre la noche de las palomas, en qué tugurios se entretienen para brillar como jineteras por la mañana. Los mendigos saben mucho de palomas al igual que saben mucho de todo, y al igual que todo, no les sirve de nada. Hubo una leyenda sobre un marqués que lo perdió todo y al que las palomas alimentaban por la noche en gratitud por las ofrendas de pan de los años de júbilo. El marqués la palmó de psitacosis con una sonrisa en el pico y un moho como un musgo en la axila.

Marqueses y marquesas todavía quedan en las aceras, pero los mendigos los destierran porque debajo de su nueva toga de mendigo todavía hay un corazón egoísta y una riña por herencias. Cada mendigo tiene su talento, pero es que hay talentos que no son para estar orgulloso. Cuando era niño ví una vez un charco de sangre fresca en las escaleras de la iglesia, a la salida, y todos me convencieron de que había sido una pelea entre mendigos. La policía tenía la iglesia acordonada y supongo que también todos éramos sospechosos, pero al final quitaron las cintas para que salieran las viejecitas y todo el mundo se cago en Dios y a todos dejaron salir blasfemando y sin pecado concebidos. Después el mendigo asesino dijo que todo era por el bien de los niños, para que viéramos sangre de navaja alguna vez en la vida, y que total el compañero estaba en las últimas con un tumor en un hueso de la pierna y en el cerebro. Todo salió en los periódicos y yo fuí un niño de ésos, de los homenajeados.

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