J.D.Salinger

¿Sabes lo que me gustaría ser? ¿Sabes lo que me gustaría ser de verdad si pudiera elegir? (...) Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura.

Helmut Newton

Helmut Newton

lunes, 30 de mayo de 2011


Aprendiendo a tejer telas de farola en farola, vamos quedando atrapados de pies y manos, todos juntos, en una masa orgullosa, por una especie de moco arácnido que viene del cielo en forma de maná. Queremos sentirnos tranquilos, creemos que aún tenemos tiempo porque todavía no ha aparecido quien nos devore, ni siquiera han insistido demasiado en sus letanías sobre la idoneidad del estado de derecho. Como Penélope, deshilamos por la noche en secreto confiando en que el tiempo jugará en nuestro favor. El destino es un demonio blanco que solloza bajo un melocotonero.

Los ojos de Telémaco llevan siglos llorando sobre nuestros tejados de topless y de geranios. ¡Recuperemos Ítaca, soldados! ¡Ningún guerrero luchando bajo mandato! ¡Ninguna mujer sola y sin abrigo, para siempre!

lunes, 9 de mayo de 2011

Sebastiao Salgado

Volviendo a casa una clínica dental ha sido atacada y han vertido pintura negra en los ventanales a lo action-painting. Quizá una ironía hacia los anuncios antiplaca, donde los dientes brillan como cristales de Swarovski.

Hay hojas en el suelo, hojas húmedas de palmera. No hay una sola palmera en toda la ciudad. Hay un ángel que va trayendo a los callejones follajes olvidados para abanicar la muerte. Un querubin arrancado de los brazos de sus padres nos inspira la extrañeza. La muerte es débil y asustadiza, se espanta deprisa con cuatro movimientos de muñeca. Los niños muertos del ayer se olvidan, se pierden en la jungla como el cadáver de un colibrí. Porque hay que seguir pensando en cómo resucitar el cadáver del niño de cada uno, y cada niño tiene un fantasma que ha sido su asesino definitivo. Cierran los ojos los niños como los búhos cansados, fatigados de vigilar la noche, han dejado la belleza de la caza a un lado, han dejado el equilibrio de la rama para que crezcan otros bulbos y otras alas.

La escalera que sube a la parte alta está como siempre, fría, muerta de miedo, meada, desprestigiada. La iglesia parece un templo fenicio, hay una oblea azul sobre la puerta que parece de mantequería.

Las gárgolas ya vuelan en bandada hacia el País de Nunca Jamás.