J.D.Salinger

¿Sabes lo que me gustaría ser? ¿Sabes lo que me gustaría ser de verdad si pudiera elegir? (...) Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura.

Helmut Newton

Helmut Newton

jueves, 27 de enero de 2011


Todos los inviernos vuelve la fiebre y la bilis por la nariz y la visita de los querubines tuertos, que mojan la cama, mamá, con sangre y linfa. Tengo la puerta de la nevera repleta de latas amarillas oxidadas de tónica, por si la fiebre resulta ser palúdica. Con la fiebre mis gafas adquieren más dioptrías y distingo en el vaho de la ducha a los trompeteros de Jericó quebrando mis costumbres por la mitad, es momento de preguntar a los ángeles dónde compran las mudas, si las lavan en el río de la vida o son pañales de usar y tirar para la demencia.

jueves, 13 de enero de 2011

Sebastiao Salgado

Hay ostrakones de arcilla coronando las puertas de los despachos de Recoletos: La muerte golpeará con su bieldo a aquel que turbe el reposo del faraón.

La banca está muerta, pero ha guardado sus tesoros para la prosperidad de los hongos, para atravesar la eternidad provista de oro y puntas de flecha de marfil por si hay que martirizar nuevos esclavos. Nosotros tenemos modales de egiptólogo fallido, sin gloria, sin fama, sin tesoro, sin armas. De vuelta a casa nos miramos el cuerpo en el espejo y hay que ponerse a cuidar la sarna noruega que nos machacó en la expedición. La banca tiene una maldición destinada al intruso que es como la del faraón. Ahora que han vaciado las cámaras acorazadas, las fortunas, como las miserias, ocupan folios ribeteados. El capital se disuelve como un cadáver, pero ellos han inventado el formol de los dineros, consiguen que uno sea pobre para siempre.

En época de quiebras la ostentación se refugia en los palacetes y no sale hasta la noche en que va a cavar escondrijos a los galachos. La banca, como la lombriz del Guadiana, no volverá a ver la luz hasta que el subsuelo no repugne de lo hediondo, hasta que no fermenten los frutos de pulpa negra de la ocultación.

miércoles, 5 de enero de 2011

Two comedians. Eduard Hopper


En la última mesa de un insulso McDonalds rodeado de conversaciones a voz en grito, salvando cada página de la salpicadura de las salsas de colores, retomo la lectura un tanto postergada del viaje de Ferdinand Bardamu. Dejé a Ferdinand en Nueva York y hoy me he despertado con la obsesión imparable de rescatarle. Se había quedado atrapado en la página 260, asqueado con el ruido de la ciudad y con esta vida que oculta todo a los hombres. Ahí estaba gritando desde lo alto de un rascacielos: "¡Socorro! ¡Socorro!", para poner a prueba la compasión de los transeúntes. Se la suda. Se la suda.

Es un viejo hijo de puta, Ferdinand. Todos lo sabemos. Ha sido víctima de todas las cosas, de todas las fiebres, de todas las verrugas genitales, de todas las humedades y mordiscos que pueda ofrecer una trinchera. Ha sido el marginado, el loco, el indecoroso, el pequeño miserable que no merece ni el esfuerzo de ser noqueado por sus enemigos, a su vez irrelevantes. Y entonces, después de todo un relato de parsimonioso recelo ante todas las posibilidades de una vida, esta declaración de amor:

Tal vez sea eso lo que busquemos a lo largo de la vida, nada más que eso, la mayor pena posible para llegar a ser uno mismo antes de morir.
Años pasaron desde aquella marcha y más años... Escribí con frecuencia a Detroit y después a todas las direcciones que recordaba y donde podían conocerla, a Molly, saber de su vida. Nunca recibí repuesta.
Ahora la casa está cerrada. Eso es lo único que he sabido. Buena, admirable Molly, si aún puede leerme, desde un lugar que no conozco, quiero que sepa sin duda que yo no he cambiado para ella, que sigo amándola y siempre la amaré a mi modo, que puede venir aquí, cuando quiera compartir mi pan y mi furtivo destino. Si ya no es bella, ¡mala suerte! ¡Nos arreglaremos! He guardado tanta belleza de ella en mí, tan viva, tan cálida, que aún me queda para los dos y para por lo menos veinte años aún, el tiempo de llegar al fin.
Para dejarla, necesité, desde luego, mucha locura y un carácter chungo y frío. Aún así, he defendido mi alma hasta ahora y Molly me regaló tanto cariño y ensueño en aquellos meses de América, que, si viniera mañana la muerte a buscarme, nunca llegaría a estar, estoy seguro, tan frío, ruin y grosero como los otros.