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Sebastiao Salgado |
Hay ostrakones de arcilla coronando las puertas de los despachos de Recoletos: La muerte golpeará con su bieldo a aquel que turbe el reposo del faraón.
La banca está muerta, pero ha guardado sus tesoros para la prosperidad de los hongos, para atravesar la eternidad provista de oro y puntas de flecha de marfil por si hay que martirizar nuevos esclavos. Nosotros tenemos modales de egiptólogo fallido, sin gloria, sin fama, sin tesoro, sin armas. De vuelta a casa nos miramos el cuerpo en el espejo y hay que ponerse a cuidar la sarna noruega que nos machacó en la expedición. La banca tiene una maldición destinada al intruso que es como la del faraón. Ahora que han vaciado las cámaras acorazadas, las fortunas, como las miserias, ocupan folios ribeteados. El capital se disuelve como un cadáver, pero ellos han inventado el formol de los dineros, consiguen que uno sea pobre para siempre.
En época de quiebras la ostentación se refugia en los palacetes y no sale hasta la noche en que va a cavar escondrijos a los galachos. La banca, como la lombriz del Guadiana, no volverá a ver la luz hasta que el subsuelo no repugne de lo hediondo, hasta que no fermenten los frutos de pulpa negra de la ocultación.
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