El ciervo rojo. Franz Marc |
Ohio, 09/19/11
He ido a pasear por el bosque, por Big Walnut Park. He tenido que caminar hasta allí por la cuneta de Livingston Avenue durante unos minutos. En la cuneta millones de grillos al sol saltan a mi paso tropezando con el quitamiedos hasta retirarse definitivamente en el juncal después del segundo o el tercer intento. Antes de llegar a la entrada del parque, desde el puente de la avenida, se divisa el río con sus troncos caídos y sus meandros y su noble perfil de cementerio de osos. El río cruza el bosque. Me he adentrado en la espesura confiando en la guía del río. El río me devolverá a casa.
Camino en silencio y solo por el bosque, como un místico o un asesino. Después de unos minutos de silencio absoluto percibo un alboroto a veinte metros de distancia hacia adelante. Veo primero unas patas entre la maleza, quizá un perro pastor muy por delante de su dueño. Las patas se juntan en un vientre marrón y amarillento que no es de perro y no escucho pasos de hombre sino trasiego de bestia y saltos endiablados. Me detengo y veo tres ciervos jóvenes que tienen los ojos clavados en mí, en mis movimientos, en alguna señal que les aclare mi naturaleza agresiva o paciente.
Durante unos minutos tan solo nos miramos y luego al tratar de acercarme desaparecen para siempre como el sueño de un apache delirando.