J.D.Salinger

¿Sabes lo que me gustaría ser? ¿Sabes lo que me gustaría ser de verdad si pudiera elegir? (...) Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura.

Helmut Newton

Helmut Newton

viernes, 30 de abril de 2010

He soñado en la siesta que estaba solo en un barco, vestido con harapos, y con la cubierta llena de cajas de limones podridos.

Después de mucho rato, entraba en la bahía de San Juan del Sur, era pleno día y un faro en lo alto emitía una luz negra que guiaba al barco hacia una cueva en las rocas. Allí encontraba un lago interior y gente rompiendo las estalactitas para hacer punzones con los que cegar a otra gente. Después, cuando ya me iba, me ha despertado el teléfono. Creo que he contestado de mala hostia, y me he ido a la nevera para cortar un limón en rodajas y comérmelo en el sofá. Es la primera vez que me como medio limón sin nada más, en serio, y ahora me duele el estómago, pero creo que lo he hecho porque en el sueño estaban todos podridos, por joder al "tejedor de sueños".

jueves, 29 de abril de 2010


Hemingway ve un presagio de muerte en las cumbres nevadas y perpetuas del Kilimanjaro y yo veo un presagio de muerte cuando nieva encima de lo que sea. Los masai llaman a la cara oeste del Kilimanjaro "la casa de Dios", y si me paro a pensar en algo a lo que yo pudiera ponerle ese nombre, de verdad que no se me ocurre nada. Es llamativo que para los cristianos la naturaleza nunca sea "la casa de Dios", solamente los templos. Además da igual que sean feos o bonitos, porque cuidado que hay parroquias de barrio feas como un demonio, sobre todo esas iglesias pseudo-geométricas construidas por arquitectos ex-seminaristas de buena familia y formación alemana.

Al final va a ser verdad lo que dice Ratzinger, que el cristianismo ese de guitarra, bajo eléctrico pulsado con ternura y pandereta no existe, que eso es un teatrillo de barrio para maricones. Yo que, como decía Umbral, soy un viejo niño católico, creo que no sería un descreido si mis padres me hubieran llevado los domingos a templos de enjundia. Si tu oyes misa en Notre Dame todos los domingos, con ese órgano resinoso cacareando, creo que al final terminas creyendo en Dios, lo digo de verdad (todo el mundo sabe que Dios es un órgano y ya está). De esto me di cuenta en el último viaje a Roma en que escuchamos unos cánticos al atardecer dentro de la iglesia de la Trinitá dei Monti, la que corona las escalinatas de la Piazza de Spagna, unos cánticos magníficos; como un coro de velas las monjas cantaban de espaldas a todo el mundo y a mi me pareció de puta madre. Ya vale de tanto evangelizar, hostias, yo canto para mi Dios, y tú si quieres miras y si no te vas.

Las parroquias de barrio han terminado jodiéndolo todo; a mí me parece bien porque, por mucho baldaquino que nos cubra los altares de las nieves africanas, tampoco me gustaba mucho que la naturaleza se quedara sola en el río los domingos por la mañana. No sé por qué, pero siempre he querido tener un órgano de tubos largos en el jardín de mi casa.

martes, 27 de abril de 2010

Me gustaría aprender a pintar en los vagones y en los túneles. A maniatar a quien lo impida.

Los chicos del barrio están jodidos porque saben que su lienzo está en el óxido y en el ladrillo invisible, y aunque aman el óxido y la oscuridad por encima incluso de sus madres, hay que joderse, que no tienen otra cosa. No quieren saber nada del tétanos ni de otros miedos superficiales. Saben que la muerte está mirando desde la pared blanca de una tienda de regalos. Alguien debería iluminar las estaciones con hogueras por la noche y dejarles hacer en lugar de soltar a los perros de ojos amarillos. Yo bajo de la sierra y miro los vagones repletos de cabezas naranjas de sapo, de violines de espinas de pescado, de las cabezas de apache emplumadas y de esas sirenas de cola púrpura con los dedos amputados y vendados que cubren el aburrimiento de los raíles.

Estoy hasta los huevos de los museos. Hay un vagón en Fuencarral metido dentro de una cochera sólo hasta la mitad. Imagino a una cuadrilla empujándolo a brazo partido, para después olvidarse y dejar que la lluvia tuviera su trozo. Tenemos la vida agazapada en las cavernas de la ciudad y creo que hasta le da pena que hayamos renunciado a nuestros enemigos.

lunes, 26 de abril de 2010

Prefacio

Salpicón de Pterodáctilo supongo, porque me gusta la gastronomía de la extinción.
Salpicón de Pterodáctilo, porque ninguna dama de la alta aristocracia lo elige como entrante para la boda de su hija (esa que en la facultad era ninfómana y que ahora es multiorgásmico-sensible cuando desayuna sobre el piano de cola del salón) aunque lleva milenios en el menú.
Salpicón de Pterodáctilo, porque se volverá el caviar de la era robótica (nosotros aquí seremos esos pobres pescadores del Caspio que desayunan hormonas de pez conspirando para acabar con el zar).
Salpicón de Pterodáctilo, porque es que ahora se come de todo, aunque huela a puta mierda.
Salpicón de Pterodáctilo, porque la propia palabra lo dice... ni uno solo de esos jodidos pterodáctilos podría acertar a coger ni un miserable trozo de la fuente.