J.D.Salinger

¿Sabes lo que me gustaría ser? ¿Sabes lo que me gustaría ser de verdad si pudiera elegir? (...) Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura.

Helmut Newton

Helmut Newton

lunes, 23 de enero de 2012


La mujer parecía caminar entre nubes y el brillo de su vestido de color perla interrumpió la conversación de los cuatro ángeles que en la barra voltearon sus ojos como cirios para brindar con Campari. La atmósfera quedó vacía de palabras de Dios por un momento y los hombres de la Tierra vivieron unos segundos sin objetivos y sin verdadera determinación, como piedras grises entre raíles bajo el techo oscuro de una estación. El barman, que era Dios, limpió los cuatro cercos húmedos de la barra, de mármol verde, y uno de los ángeles se sacó la polla y tocó el piano. Y no lo hizo bien, desafinó. Su pulso fue destemplado y hambriento, apresurado. Así la ira de Dios se hizo de fuego y el piano desapareció entre las brasas, y un sonido de cerdos acuchillados cubrió la Tierra durante unos minutos hasta que no quedaron allí ni música ni teclas de piano ni nada. Y la mujer siguió caminando sin detenerse pues el ángel no se había merecido siquiera su atención.

Otro ángel metió su mano en la solapa y sacó cientos de carnés de identidad electrónicos y salvoconductos sellados y bulas medievales y construyó un castillo de naipes con toda esa mierda robada y toda esa vida robada, y vertió Campari por encima para ver si toda esa muerte de los tiempos sucumbía a su capricho. Pero la pirámide se quebró por la fuerza del ventilador del techo y el Campari mojó los pies de Dios, por lo que el ángel fue condenado a la sed de los tiempos y las lágrimas se le secaron con un solo paso de la mujer que no atendió su desgracia y caminó sin detenerse de nuevo.

El tercer ángel vertió un manto de cocaína sobre la mesa y la cortó con maestría, hizo filas cortas y gordas como cabezas de bala para perforar el cerebro de los hombres, pero Dios decretó que esa cocaína había sido tan bien cortada, con tanta audacia que la repartió entre sus ángeles. Tras unos segundos, tan poderoso fue el influjo de la cocaína, que los ángeles se abalanzaron sobre la mujer y arrancáronle las ropas para gozar de ella, pero la ira de Dios fue tal que las dos manos del ángel fueron cercenadas con instrumentos herrumbrosos y devoradas por buitres ciegos.

Llegó el cuarto ángel y viendo el desnudo de la mujer y el cerco de sus pasos cada vez más lejanos sobre la Tierra la cubrió con un mantel cenizo y manchado de aceite, sobre el que habían comido algunos hombres sin honor, y eso gustó a Dios, y alabó la suciedad del ángel y su pureza de espíritu y la mujer atendió a sus ojos y se detuvo, pues aquel corazón de ángel latía sereno y sin ambición, y el tiempo no conocía su llama y por tanto era aquel cuyo cirio no entendía de nada que no fuera la eternidad.

Así Dios reservó a la mujer el corazón del ángel verdadero, y los hombres devoraron por siempre vísceras y otros alimentos impuros, y la condena fue servida en su mesa. Sobre el mismo mantel del amor verdadero los hombres penaron en vano, allí ensuciaron sus manos y allí los frutos de la existencia le fueron negados.