J.D.Salinger

¿Sabes lo que me gustaría ser? ¿Sabes lo que me gustaría ser de verdad si pudiera elegir? (...) Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura.

Helmut Newton

Helmut Newton

domingo, 28 de noviembre de 2010


JAMES ENSOR

Ensor dibuja los soles de Ostende vomitando y a los payasos del mundo orinando de cara a la pared porque la luz tiene un reverso de angustia y una promesa de desaparición que falsea y agota todas las fiestas. Ensor levanta la copa de tinta o de sanguina brindando por el fin de los maleficios y luego la derrama sobre los ojos de los comediantes, el hijo de puta, y al volver en sí ya se quitan las máscaras blancas de demonio negro y se van al Congo a matar niños escuálidos para tener con que reir el resto de sus días. Hay un Cristo que es el de Ensor que es el Cristo entre los demonios, o sea, un Dios que a la vez es tentado y acosado por el mal. Y luego está el hombre, el vecino, la prostituta, el alcalde, que engendran hijos a los que hacen crecer bajo máscaras de fealdad, de infamia, esas que se adhieren a la cara de los recién nacidos y que no se destiñen con el agua de los bautizados. Esas que como en ese cuento chino ancestral terminan dotando al rostro verdadero con la forma de la máscara que sostienen, y ahí es donde Ensor dibuja la duda en cada hombre, en cada mujer: ¿qué máscara, qué rostro me identifica si los astros me observan nauseosos, pero siguen dando vueltas y siempre, siempre retornan?

lunes, 22 de noviembre de 2010

Banjo Sailor. Chad Elliott


Abro una botella de vino blanco y escucho un programa de bluegrass en la radio.

Yo sabía que la radio tenía que volver en algún momento a llenar el silencio de mi noche en las buhardillas. Este silencio se mueve por aquí con un ánimo de culo de camello en la noche del desierto, incrédulo del frio, casi hambriento de animales desconocidos, con un hambre que hace desgarrar y quebrar huesos a los propios herbívoros. Las cepas sin pellejo bailotean con los pastos azules de Kentucky y ya no echaré de menos las luces amarillas del televisor, ahora que todos los programas los recuerdo con una asepsia de diferido, ahora que quiero el instante vivo de la radio, el error del sonido entrecortado.

Una canción termina y el locutor, que tiene voz de haberse quedado dormido soñando con lolitas, enumera las anécdotas de vida de estos hombres de música y yo así como ensimismado recuerdo ese párrafo de Henry Miller en que dice que acariciar un coño es como tocar el banjo.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Irrealidades 2


Aquí tenemos un par de cabezos y un palomar y algunos caminos entre higueras por donde escapar de la hora de la cena. Si en los caminos, a la noche, te pica un alacrán, hay que llamar a un guitarrista viejo para que toque junto a la cama hasta el amanecer. Sí, solo así se cura y se adormece al veneno. Un guitarrista se mató yendo para una noria del campo de los mozos porque su bicicleta se oxidó de repente al pasar junto al olivo centenario, o eso es lo que dicen al menos. Me gusta subir a mear al palomar, que siempre está vacío de pájaros porque se los han comido los gitanos. Como los gitanos tocan bien templado, entregamos a las palomas a cambio de la protección de sus fandangos. Después de una noche de velar al envenenado, hay que llamar al mosén para que bendiga el vino de la casa del día siguiente. El gitano entonces, queda también bendito, y siempre será recibido en esa casa. Si el muchacho sana finalmente, la familia le entrega un olivo de los de sus campos. Los gitanos marcan sus olivos con sangre de los pichones, dibujando círculos encarnados. A veces a su sombra conciben a los guitarristas, los gitanos.