
Aquí tenemos un par de cabezos y un palomar y algunos caminos entre higueras por donde escapar de la hora de la cena. Si en los caminos, a la noche, te pica un alacrán, hay que llamar a un guitarrista viejo para que toque junto a la cama hasta el amanecer. Sí, solo así se cura y se adormece al veneno. Un guitarrista se mató yendo para una noria del campo de los mozos porque su bicicleta se oxidó de repente al pasar junto al olivo centenario, o eso es lo que dicen al menos. Me gusta subir a mear al palomar, que siempre está vacío de pájaros porque se los han comido los gitanos. Como los gitanos tocan bien templado, entregamos a las palomas a cambio de la protección de sus fandangos. Después de una noche de velar al envenenado, hay que llamar al mosén para que bendiga el vino de la casa del día siguiente. El gitano entonces, queda también bendito, y siempre será recibido en esa casa. Si el muchacho sana finalmente, la familia le entrega un olivo de los de sus campos. Los gitanos marcan sus olivos con sangre de los pichones, dibujando círculos encarnados. A veces a su sombra conciben a los guitarristas, los gitanos.
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