
Todos los inviernos vuelve la fiebre y la bilis por la nariz y la visita de los querubines tuertos, que mojan la cama, mamá, con sangre y linfa. Tengo la puerta de la nevera repleta de latas amarillas oxidadas de tónica, por si la fiebre resulta ser palúdica. Con la fiebre mis gafas adquieren más dioptrías y distingo en el vaho de la ducha a los trompeteros de Jericó quebrando mis costumbres por la mitad, es momento de preguntar a los ángeles dónde compran las mudas, si las lavan en el río de la vida o son pañales de usar y tirar para la demencia.
Hay veces que la enfermedad está en la cabeza, solo en la puta cabeza.
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