Disparó el sol sus rayos
pues corría sola.
Cayó, inerte y alargada,
quemada
en salpicaduras.
La arena inició un acoso
con extrañas criaturas que reptaban.
Quedó a merced de los recuerdos
que la salvasen de su cuerpo seco.
Grano a grano
como un polen se posó
con el restregar del viento.
Primero cubrió sus partes más bellas.
Después dejó algunos pedazos de carne invisible
y unos brazos
que me rodearon en los días
en que amamos
las figuras enturbiadas de calima.
No hablo del paso del tiempo,
hablo para ella.
Hablo de la arena que precipitó
como niebla
para resguardarla.
No importa ahora que nos sequemos despacio.
Mi mente está concentrada
en elevarla del subsuelo:
necesito otro cuerpo
en la ventisca,
pensando en que vuelva en sí,
sola entre las escamas.
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Estás en tu punto óptimo de recogida, estás lleno de zumo. Puede que esté sea tu último poema o el primero.
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