
Hoy Madrid está seco como un campo de lentejas. Madrid en estos días te recuerda lo que es tener sed. La sed es una cosa que es de la niñez, es una cosa que, sin duda, sucede en el pasado.
Borges habla de la lluvia y yo desearía hablar de ella, pero es que en este verano la lluvia parece una bombilla a punto de gastarse, una bombilla de bajo consumo, de esas de iluminar el armario por dentro. Ahora me doy cuenta, casualmente, de que llevo unos días pensando en las cosas que gotean, no solamente en la lluvia que no llega. Estos días me he detenido por lo menos en tres o cuatro ocasiones a pensar en cosas que goteaban o habían goteado, qué curioso. De entre las que recuerdo, hace cuatro días me llamó mucho la atención, conduciendo por Bravo Murillo, que la luna trasera del coche de delante empezase a echar agua para limpiar el lodo que tenía sobre sí, y me gustó ver que el agua marrón goteante terminaba por ensuciar las letras de la matrícula, camuflando el coche frente a los rádares deseosos de pasta.
También hace dos días caminando por una calle de chalés residenciales me fijé, con más detenimiento de lo normal, en los caños, ni siquiera sé cómo se llaman, que están debajo de los balcones, esos que sirven para que no se acumule el agua cuando llueve. Pues el caso es que dibujan unas curiosas manchas de cal que recuerdan que en algun momento allí ha llovido a mares y que han sido necesarios. Lo que más me llamó la atención es que en todas las casas queda la mancha, nadie se detiene a limpiarla, ni siquiera aquellos que por las características de su jardín piensas que deben limpiar la casa cada día.
Estos días todo son casualidades relacionadas con el agua, las gotas y los escritores argentinos. He desmantelado mi cuarto y me voy a vivir, por fin, a un barrio donde se puede comprar leche a cualquier hora sin tener que caminar veinte minutos añorando la lluvia de la infancia. Han venido dos señores para llevarme los muebles y algunas cajas y ahí está la última de las casualidades de las que vengo hablando.
He sido un poco negligente con las cajas de los libros de tal forma que cuando los dos señores, Mario y el otro, han cogido las cajas dentro del ascensor ya para salir al portal, como no había puesto cinta aislante en el culo de la caja, se han desparramado los libros por todo el portal en una catársis vecinal de literatura. Ha faltado muy poco para que dos de mis libros se colaran por el hueco del ascensor: El libro de los seres imaginarios de Borges y un libro que me regalaron del Aplastamiento de las gotas de Cortázar, con ilustraciones y demás, en edición cuidada.
Me he asustado bastante. Esos dos libros cayendo al vacio por el hueco del ascensor, toda una condena al ostracismo. Cuando llegué a Madrid hace dos años leía mucho ese libro de Borges en el metro, me hizo compañía las primeras semanas, esas en las que duermes y trabajas todo al mismo tiempo y no paras de cargar cajas. Ahora que estoy otra vez con las cajas, llega Borges y me la quiere liar.
No sé, a lo mejor es que echa de menos la lluvia, el pasado o las gotas, y se me está insinuando. Seguro que viene ahora porque quiere compañía.
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