![]() |
Marc Chagall |
Vuelvo de Maspalomas.
Lo mejor fue el último día cuando esperando a quien me llevara al aeropuerto tomo una cerveza en el piano bar. Estoy en la recepción de un apestoso resort y hay un pianista que se parece a Bebo Valdés y que se ha puesto a tocar Corcovado de Jobim mientras un banco de merluzos alemanes pasan por delante de él como si la música saliera en realidad de un altavoz que no se ve y estuvieran sometidos a la obligación de cruzar el océano de los resorts sin mostrar deferencia por nada, por miedo a ser devorados por los escualos. Yo aplaudo a cada canción, porque el silencio del hotel cuando termina el pianista de tocar es un silencio que me molesta, un silencio de impresora que imprime recibos y de camarero viudo que sigue picando hielo a pesar de que ésta era la canción favorita de su mujer. No tengo miedo a los escualos y voy disfrazado de pez mandarín. No tengo miedo a que el color me revele.
Este silencio se parece un poco al silencio del que vengo hablando en este blog. Como me he dado cuenta en seguida estoy haciendo compañía al pianista, que tiene cara de no estar muy a gusto, para que pueda seguir tocando una semana más sin sumergirse en el océano con pesos en los tobillos. Él también va disfrazado con una camisa rosa que probablemente odia. El color le ha dejado tirado en algún momento, pero yo sé que cuando llegue a casa le esperan sus cortinas de colores, esas que compró en un zoco de Tombuctú y que le vienen acompañando.
Creo que solo he visto otro tipo interesante en este viaje. El primer día voy a comprar tabaco al paseo marítimo, donde el faro. Hace calor. Un tipo pasea sin camiseta y tiene tres o cuatro cicatrices de heridas de bala en el pecho que se ha cubierto con crema de protección 50.
Mejor para el sol.
siempre te vi más como barracuda vegetariana
ResponderEliminarTambién me gusta, pero al pez mandarín lo llevo dentro.
ResponderEliminar