
También las palabras son enemigas del trabajador. Pero no la palabra, que esa nos pertenece.
Ahora escribo mirando en el televisor el debate en el congreso, ya saben, en cada nudo de corbata veo un nudo corredizo donde apretar, veo una muerte que se desliza por la seda. Quizá a base de nudos podríamos devolverle a la seda sus gusanos. Construyen discursos numéricos que voy escuchando de fondo. También Apollinaire construía versos con trozos de conversaciones que escuchaba en los bulevares, pero no nos engañemos... Apollinaire era un gilipollas y yo tengo esta mañana la sangre demasiado caliente como para encima sentarme en las terrazas a esperar al señor de los mecheros.
Esto tampoco es nuevo. Lorca sabía que cuando la palabra se disfraza de polinomio hay un jornalero que se ahorca junto a su galgo. Lo dice en su poema, en "Vuelta a la ciudad" del Poeta en Nueva York: "Debajo de las multiplicaciones / hay una gota de sangre de pato; / debajo de las divisiones / hay una gota de sangre de marinero; / debajo de las sumas, un río de sangre tierna." También dice lo que todos estamos pensando: "No es el infierno, es la calle. / No es la muerte. Es la tienda de frutas."
Mientras las palabras pertenecen a la ciudad, y por eso Apollinaire era un poeta de palabras, puede que incluso a sabiendas, la palabra pertenece a la selva y a los bosques y supongo que a los animales también, aunque se la callen. La palabra quiere renacer, yo lo estoy viendo todos los días... pero quiere cobrarse su parte en sangre de palabras inútiles, desperdiciadas. Es justo que sea así. Al fin y al cabo, la naturaleza destruye y crea, nunca invierte.
de lo mejorcito que has razonado, devolverle la seda a los gusanos apretando corbatas...tío, me he tocado un poco y todo
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