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Mark Rothko |
Los hijos de nieve del invierno han venido a despertarnos con bolazos de barro en el rostro. Llevaban varias mañanas de domingo despiertos, solos, dando vueltas por la casa vacía en busca de algo que se moviera. El suelo del salón está cubierto de puré de guisantes y jirones de papel de pared. Mis hijos de nieve pintan anocheceres en el barro. Mis hijos de nieve pierden los brazos cuando se ponen a pintar y luego lo destrozan todo con los dientes y guardan una sola mano para los bolazos. Las tardes de domingo cojo mi arma y me marcho dejando a mis hijos mancos con una sola mano para merendar. A la vuelta no preguntan porque sospechan que su padre ha matado con sus propias manos, las mismas que ellos ya han perdido por el mero hecho de existir. El fusil solo existe para equivocar a los hijos, para hacerles creer que se puede matar con un solo dedo. Ocultaré a mis hijos de nieve todo lo necesario, hasta que crezcan y olviden que existen los paisajes de negro sobre negro.