Los poetas se esfuerzan en dotar a la calle de romanticismo urbano, como si el verso saliera del grifo de las fuentes para mojar la bragueta de los duques. Leo en los autobuses los carteles de "Poesía en la calle", "Ni un día sin Poesía" y mierdas por el estilo, donde algunos poetas suenan horteras ya a las 7 de la mañana. El hastío conviene a la poesía como el granizo conviene a las urracas porque pela los campos de garrotes y seres humanos. Algunos poetas existen que suenan cojonudo siempre y que sirven de referencia moral para el que madruga o el que se acuesta de día, que en realidad es el único que necesita colgar poesía sobre la cama como un Santo Cristo de Limpias.
Yo tenía santos y cristos en la mesilla a los que les faltaban los dedos porque habían estado enterrados cuando vinieron los rojos. Algunas veces hasta me hablaban en las noches de la fiebre y siempre les mostré respeto por lo de enterrados en vida. Hubo un momento que me dijeron: "Chaval, ya tienes 14 años y no te vas a pegar la vida aquí escuchando nuestras historias de alambre y porcelana vieja, así que coje lo que te sirva y desaparece".
Entonces vino la poesía como una madre sudorosa a celebrar los inviernos. Tengo a la muy puta guardada entre los trastos viejos y la voy rescatando en los días de las victorias venideras, porque han estado enterrados, los poemas, y han cogido la fuerza de los santos martirizados para volver a los consejos y las fiebres, para poblar el rincón de la casa que te hace olvidar la peste de los autobuses.
Ningún santo fue poeta, por eso mi plegaria es un haiku: "Mientras llueve se agazapa el bosque, nada hay más importante que las huellas, pero te digo que a veces no cabe un alfiler en mi cama"
ResponderEliminar