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Alberto García-Alix |
Qué fea estás, maldita, qué fea estás! Como alhajas cuatro uñas postizas de marfil gastado y zapatos plateados de tacón, qué fea te vas quedando con los años, qué mueca atroz cuando duermes con la boca abierta, qué lengua de felpa gris, cómo respiras de noche, como una clavija rota, qué aliento de fábrica aceitosa de pastillas de menta, qué cercos de baba seca vas dejando por toda la almohada! Te van a hacer una novela cutre para ponerte en evidencia, reinona de la barriada, alcachofas de La Rioja en la puerta de tu casa! Volver a pisar tu calle de sótanos y porcelanas baratas, volver al olor de las colillas y del cazón podrido. Maldita seas, maldita! Había que huir de ti para adelgazarte, para hacerte esbelta. Ahora he vuelto y veo altares de sacrificio en cada esquina y mercados de hortalizas para nuestra ofrenda perezosa, de última hora, como la que condenó a Caín. Noches enteras haciéndome pajas con el recuerdo de tus arrugas, esas que en realidad eran heridas y estaban frescas...
No te vayas tan pronto, hija de puta, que aún tengo motivos con qué avergonzarte, que ya la parada del bus se ve más ruina sin ti, sin tus andares de puta omnívora. Como me dejes te llamaré a deshora y despertaré a tus hijos gritando que su madre es una golfa, no se te ocurra dejarme, maldita, no me dejes en este lecho de pobreza y de frío, entretengámonos una noche más quitando los hilos de la manta y temiendo los hongos fosforescentes de la pared. Si no roncas parece que a mi sueño le faltara un motor, que no andara, que se fuera a quedar aquí para siempre encogido escuchando el ruido vegetal de la cisterna.