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El joven Ratzinger |
Llegan los tiempos en que para hacerse una paja habrá que pedir permiso a España. Afortunadamente he encontrado un diente de tiburón en el suelo del autobus. Doscientos subnormales mientras tanto cantan en la parte de delante villancicos de secano entre axilas de obreros aceitosos. Las vírgenes de la derecha, con gorras y escapularios, experimentan en esta mañana de agosto el primer sudor propio hediondo de su historia personal. El sol y el asfalto reseco igualan como una muerte.
Mañana llega el papa a Madrid.
"Por la tarde iré a nadar", como dijo el checoslovaco.