
Aprendiendo a tejer telas de farola en farola, vamos quedando atrapados de pies y manos, todos juntos, en una masa orgullosa, por una especie de moco arácnido que viene del cielo en forma de maná. Queremos sentirnos tranquilos, creemos que aún tenemos tiempo porque todavía no ha aparecido quien nos devore, ni siquiera han insistido demasiado en sus letanías sobre la idoneidad del estado de derecho. Como Penélope, deshilamos por la noche en secreto confiando en que el tiempo jugará en nuestro favor. El destino es un demonio blanco que solloza bajo un melocotonero.
Los ojos de Telémaco llevan siglos llorando sobre nuestros tejados de topless y de geranios. ¡Recuperemos Ítaca, soldados! ¡Ningún guerrero luchando bajo mandato! ¡Ninguna mujer sola y sin abrigo, para siempre!